Por María Laura Breglia, testigo ocular de cómo nuestra ciudad se transforma en un reality show de decadencia ambiental.
¡Ah, Zárate! Esa perla del Paraná donde el aire fresco solía ser un derecho, pero ahora compite con el olor a podredumbre de los micro basurales que salpican cada esquina. Como vecina que camina estas calles todos los días –y que ha esquivado más de un charco tóxico en Lima, Escalada y hasta en la zona de Islas–, no puedo evitar reírme (por no llorar) ante la “gestión municipal” en temas ambientales. ¿Gestión? Perdón, quise decir “improvisación con toques de comedia involuntaria”. Porque aquí, la falta de planificación no es un error: es una política de Estado local que impacta de lleno en nuestra salud pública.
Hablemos claro: el medio ambiente no es un capricho de ecologistas con tiempo libre. Es el escudo que nos protege de enfermedades respiratorias, infecciones por vectores como mosquitos y ratas, y hasta contaminaciones que terminan en el agua que bebemos. Pero en Zárate, parece que el municipio prefiere jugar a la ruleta rusa con nuestra salud. Los micro basurales proliferan como hongos después de la lluvia, sin control ni prevención.
En Zárate, Lima y Escalada, son parte del paisaje urbano: pilas de residuos que atraen plagas y liberan toxinas al aire y al suelo. ¿Y la zona de Islas? Ahí directamente no hay recolección. Cero. Nada. Es como si el municipio dijera: “¡Que se las arreglen solos, total, están en una isla… literal!” Resultado: comunidades enteras expuestas a riesgos sanitarios que podrían prevenirse con algo tan revolucionario como un plan básico de recolección y educación ambiental. Pero no, mejor dejar que la basura se acumule y que los vecinos quemen y provoquen con el humo y quema de pastizales que derivan en problemas mayores o directamente paguen con su salud el precio de esta negligencia.
Y ahora, el plato fuerte: el intendente Matzkin, ese eterno concejal disfrazado de jefe comunal. Recordemos su gran hit: quitó las campanas de reciclado de los espacios públicos con la promesa de un sistema puerta a puerta que iba a ser la envidia de las ciudades modernas. ¿Duró? Un abrir y cerrar de ojos, como un romance de verano. Hoy, esas campanas son un recuerdo nostálgico, y el “nuevo sistema”… bueno, digamos que se evaporó más rápido que el presupuesto municipal. ¿La excusa? Siempre la misma: culpar a los vecinos por no separar residuos, a la provincia por no mandar fondos, o al clima por existir. Cualquier cosa menos asumir responsabilidad. Matzkin se maneja como si aún estuviera en el Concejo Deliberante, pateando la pelota afuera en lugar de liderar.
¿Resultado? Una ciudad que huele a fracaso ambiental, con impactos directos en la salud: hasta tuvimos un caso de hantavirus (que sabemos), ni hablemos de quienes padecen afecciones respiratorias, intoxicaciones, dermatitis, entre tantas patologías que podrían evitarse con un poquito de visión y acción. En las calles céntricas las contenedores rebalsan de mugre, cientos de basurales en barrios, rutas y ni prevención, ni recolección.
Señores del municipio: el medio ambiente no es un tema opositor ni un lujo. Es nuestra supervivencia. Como zarateña que ve esta decadencia día a día, les pido –con una sonrisa sarcástica– que dejen de reciclar excusas y empiecen a reciclar de verdad. Nuestra salud no espera elecciones; espera liderazgo. ¿O seguiremos esperando que la basura se recoja sola, como por arte de magia?









