Por María Laura Breglia:
Como peronista de pura cepa, me duele el alma ver cómo las urnas, ese gran oráculo democrático, nos han dado una lección que nadie pidió pero todos necesitábamos. No soy de las que se esconde detrás de consignas vacías; me siento representada por un movimiento que ha sido el motor de la justicia social en Argentina, pero también reconozco que el peronismo, como un viejo tango, necesita un remix urgente para no sonar a disco rayado. Analicemos objetivamente los resultados de estas elecciones de 2025, donde el oficialismo se impuso por un margen que parece más un suspiro de alivio que un rugido de victoria. ¿Por qué? Hay varios motivos, y ninguno es para aplaudir de pie. Vamos por partes, con un toque de humor negro, porque si no nos reímos de nuestra propia tragicomedia política, ¿qué nos queda?.
Primero, la ignorancia, esa vieja amiga que siempre aparece en las fiestas electorales sin invitación. Imagínense: trabajadores de clase media baja, esos que sudan la gota gorda para llegar a fin de mes, votando en contra del peronismo porque “son todos corruptos”. ¡Ja! Como si la casta gobernante –esa que hace asados para diputados y diputadas en Olivos– no tuviera sus propios escándalos.
Hablemos claro: causas judiciales directas con el narcotráfico, coimas en la Dirección Nacional de Discapacidad que hubieran sido mucho mas que un Jingle pegadizo si la coima fuera de un gobierno peronista. Pero no, el votante opositor, en su cruzada ideológica, prefiere ignorar el elefante en la habitación y optar por el “cambio” que huele a más de lo mismo. Es como elegir un restaurante nuevo porque el viejo tenía una mosca, solo para descubrir que el nuevo está infestado de ratas. Esta ignorancia no es inocente; es el resultado de un bombardeo mediático que reduce la política a memes y escándalos selectivos, dejando de lado el análisis profundo de quién realmente roba el futuro.
Segundo, el miedo, ese condimento infaltable en cualquier receta electoral argentina. Más allá de pasar por alto las manchas del oficialismo –como si fueran solo “detalles” en un currículum–, la gente captó el mensaje trumpista que flotaba en el aire. Donald Trump, y su aviso de un “apoyo” condicionado por el resultado electoral se interpretó como un catalizador de conflictos nacionales.
¿Queremos echar más leña al fuego en un país que ya arde por inflación, bajo consumo, inseguridad y divisiones sociales? No, gracias. Los votantes, en un acto de pragmatismo cobarde, prefirieron el diablo conocido antes que arriesgarse a un incendio mayor. Es comprensible, en un sentido: ¿quién quiere profundizar problemas cuando ya estamos hasta el cuello? Pero este miedo paraliza el cambio real, convirtiendo la democracia en un juego de “no toques nada, no sea cosa que se rompa más”. Humor, ¿no? Como si nuestra política fuera un jenga inestable, y en lugar de sacar bloques, preferimos soplarle para que no caiga.
Tercero, la baja participación, ese elefante dormido que nadie quiere despertar. Con solo un 66% del electorado acudiendo a las urnas, el resto optó por el abstencionismo como forma de protesta –o de pereza cívica, según se mire–. El voto obligatorio, esa reliquia de nuestra Constitución, se convirtió en una “voluntad obligada”, un oxímoron que resume perfecto nuestro desgaste democrático.
En este panorama desolador, la crítica más fuerte va al bajo nivel de discusión política que nos envuelve como una niebla espesa. Hemos reducido la democracia a un reality show donde gana quien grita más fuerte o postea el meme más viral, en lugar de debatir políticas sustanciales como la redistribución de la riqueza, la lucha contra la corrupción real (no la selectiva) o la integración regional sin miedos importados. Hay un desgaste generalizado que clama por oxígeno: las urnas nos piden a gritos una renovación política real.
Basta de viejas glorias recicladas; necesitamos nueva dirigencia, jóvenes con ideas frescas que no arrastren los pecados del pasado. Para el peronismo, en particular, esto es una oportunidad dorada: reinventarse una vez más, remover las viejas cenizas de facciones internas y corruptelas heredadas, y emerger con aires nuevos que prioricen la gente por sobre los egos. Al menos en Zárate, el peronismo sigue dando pelea con esos aires de renovación que tanto se necesitan; allí, Fuerza Patria, encabezada por la diputada Agustina Propato, se impuso con el 41,74% de los votos en una elección reñida, marcando firme el paso y demostrando que el movimiento puede revitalizarse desde lo local para enfrentar el desgaste nacional.
Al final del día, estas elecciones no son una derrota ni una victoria absoluta; son un llamado de atención. Como peronista, me duele, pero también me motiva. Entiendo que la renovación es tan necesaria como posible, ¿Por dónde empezar?.









