Opinión: Por Laura Breglia

En la pintoresca ciudad de Zárate, donde el río Paraná murmura secretos que nadie escucha, la política local se ha convertido en un sainete digno de una telenovela de bajo presupuesto. La reciente alianza entre el PRO y La Libertad Avanza (LLA) promete ser el culebrón del año, con un elenco de personajes que parecen sacados de un sketch de comedia. En el centro del escenario, el intendente Marcelo Matzkin, un estratega que parece haber leído el manual de “Cómo sobrevivir en política sin resolver nada”, se mueve entre colectas solidarias, culpas ajenas y un olfato político que, aunque astuto, huele más a oportunismo que a progreso.

La alianza entre el PRO y LLA en Zárate, sellada con el entusiasmo de quien firma un contrato sin leer la letra chica, no es precisamente un matrimonio por amor. Es más bien un pacto de conveniencia, donde ambos lados buscan no perder el tren de la relevancia electoral en las legislativas del 7 de septiembre. Pero, como en toda comedia de enredos, la interna libertaria amenaza con robarse el show. Por un lado, tenemos a Marcelo Gómez, el ex candidato a intendente que plantó la bandera violeta en los albores de la fiebre mileísta, y a Lautaro Fenestraz, el concejal que ocupa una banca y parece decidido a marcar territorio propio. Por el otro, tenemos a la libetaria Daiana Hergert como abanderada del lado libertario que según como le da el sol se ve más amarillo que violeta. Esta división interna es como un duelo de espadas de plástico: mucho ruido, poca sangre, pero un espectáculo que no dejará indiferente a nadie.

Matzkin, con su olfato de tiburón político, olió la oportunidad desde lejos. Hace meses, en un movimiento que algunos llaman “visionario” y otros “descarado”, sumó a Eduardo Finkel al equipo libertario. Finkel, un ex PRO reconvertido en fanático del violeta, es la prueba viviente de que en política el reciclaje no siempre es ecológico. La jugada de Matzkin fue clara: adelantarse al juego, asegurarse un aliado en el bando de Milei y garantizar que, pase lo que pase, su nombre siga sonando en las tertulias políticas de Zárate. Pero, ¿a qué costo? Porque mientras Matzkin y Ranzini juegan al ajedrez político, la ciudad sigue esperando soluciones concretas, no promesas envueltas en papel de regalo libertario.

Lo que más chirría de esta alianza es su contradicción ideológica. El PRO, históricamente defensor de la gestión y las obras públicas, ahora se abraza a un espacio que considera las inversiones estatales como poco menos que un pecado mortal. ¿Cómo explica Matzkin este giro copernicano? Fácil: no lo explica. Lo romantiza con las frases libertarias del cambio y las “viejas prácticas de la política” como si no fueran algo que él mismo no hiciera. Olvida el intendente que también tiene alabanzas con las líneas peronistas de la Cooperativa Eléctrica que cuando era concejal cuestionaba. Las viejas y cuestionadas prácticas de la política son las falsas promesas, y soluciones vacías como su especialidad: colectas solidarias que parecen sacadas de un manual de autoayuda. ¿Falta infraestructura? Hagan una colecta. ¿Problemas con el agua? Otra colecta. ¿El cielo está nublado? Culpen al viento del norte, a la educación de la casa o al carácter díscolo de los zarateños. Porque en el universo de Matzkin, la culpa siempre es ajena. Si las cosas no salen bien, no es por falta de gestión; es porque el universo conspira, el vecino no colabora o, en última instancia, porque el perro se comió los planos de la obra pública.

Y mientras tanto, la ciudad observa con una mezcla de incredulidad y resignación. Zárate no necesita más colectas ni discursos encendidos sobre “kirchnerismo o libertad”. Lo que necesita son respuestas: pavimento que no se rompa con la primera lluvia, cloacas que no colapsen, y un intendente que entienda que gobernar no es solo posar para la foto con zapatillas blancas.

Zárate merece más que un intendente que culpa al vecino o convoca colectas como si fuera un influencer de Instagram. Merece un gobierno que construya, que planifique, que resuelva. Y si Matzkin sigue apostando por el oportunismo y las ambiciones personales, la ciudad tendrá que buscar en otro lado a quien realmente quiera hacerse cargo.

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