Por María Laura Breglia
En Zárate, una ciudad que ya sabe de sequías políticas y administrativas, las recientes declaraciones del intendente Marcelo Matzkin han encendido un fuego que ni el más optimista chorro de agua podría apagar. Con una audacia que roza lo cómico, Matzkin anuncia su intención de instalar medidores en el suministro de agua y, para colmo, restringir el servicio a aquellos vecinos que adeudan la tasa municipal.
¿El resultado? Un malestar colectivo que se extiende como una gotera incontrolable, porque, señores, en esta urbe bonaerense, el agua no es sólo un recurso: es un símbolo de las promesas incumplidas y las gestiones que se evaporan. Hablemos claro y con objetividad: la crítica generalizada no surge de un capricho vecinal, sino de una percepción fundada en hechos: falta de agua, pérdidas que acumulan verdín en las calles, mala atención en las oficinas de ENDEZA, falta de planificación y exceso de excusas.
La administración de Matzkin se percibe como un ejercicio de improvisación constante, un gobierno que navega a la deriva en temas esenciales como el abastecimiento hídrico. Tal es así que, en un nuevo acto de improvisación municipal, el intendente ha tenido que recurrir a la figura de Corletti para intentar enderezar un barco que, hasta el momento, sigue haciendo agua por todos lados. ¿Mejoras? Ninguna visible. Los problemas persisten, y la ciudadanía se pregunta si esta alianza tardía no es más que un parche en una cañería rota, en lugar de una solución estructural. Pero lo que realmente ha avivado el enojo popular es la negación flagrante del intendente al afirmar, con una convicción que desborda optimismo irreal, que la presión del agua ha mejorado en la ciudad.
¿Mejorado? Permítanme una dosis de sarcasmo: si por “mejora” entendemos que ahora el agua sale con la fuerza de un suspiro en lugar de un goteo, entonces sí, ¡qué progreso! La realidad es que miles de hogares siguen sufriendo una presión tan baja que ducharse se convierte en un acto de fe. Y ni hablemos de la propuesta de “restricción” para los deudores: ¿restringir qué, exactamente? La presión en Zárate ya está restringida de facto hace años, gracias a una red obsoleta y una planificación inexistente. Decir que se va a limitar aún más el servicio suena no sólo contraproducente, sino irónico en un contexto donde el problema es precisamente la escasez crónica.
¿No sería más lógico invertir en reparaciones masivas antes de amenazar con cortes selectivos? Esta postura no sólo ignora la evidencia diaria de los vecinos, sino que agrava el enojo colectivo, pintando a la administración como desconectada de la realidad cotidiana. En fin, mientras Zárate espera que el agua fluya con normalidad, parece que al intendente no le llega el agua al tanque –y no hablo solo de la presión hidráulica, sino de esa chispa de empatía y visión que hace falta para gobernar de verdad. Ojalá pronto veamos un chorro de sentido común en lugar de más goteras políticas.
MATZKIN Y EL ANUNCIO SOBRE LA INSTALACIÓN DE MEDIDORES DE AGUA










